


No siempre viví en mi palacio checo con jardín y bodega.
Antes de esta vida de lujos y excesos (el otro día hasta pusimos un rato la calefacción de gas), tuve que buscar refugio en los más variopintos lugares, incluyendo cuevas, embarcaderos y pisos de estudiante.
Y una vez tuve el compañero de piso más desastre del que se tiene noticia.
Tengo mil anécdotas de aquella época que parecen sacadas del Antiguo Testamento: inundaciones, fuego, plagas…
Sin embargo, hoy voy a compartir un clásico de los pisos de estudiante:
Mi compañero - llamémosle, no sé, Alfredo, por privacidad, por si se ha rehabilitado - no fregaba nunca los platos.
Hubo un día en el que, para conseguir que lo hiciera, tuve que atraparlo en la cocina.
Bloqueé la salida con la escoba, y monté un asedio como el de los romanos cuando tomaron Cartago.
“Por Júpiter, que de aquí no sales hasta que termines” - troné, desde el otro lado de la puerta.
Al final, Alfredo capituló y fregó la montaña de loza. Horas más tarde, tras arduos esfuerzos, botes de lavavajillas y hectolitros de agua hirviendo, me rogó que levantase el cerco, que tenía que hacer pis.
Abrí la puerta y me golpearon, al mismo tiempo, una espesa nube de vapor y un Alfredo huyendo con urgencia hacia el baño. Poco a poco, se fue levantando la niebla en la cocina, y pude vislumbrar, en la distancia, el fregadero vacío.
Sonaron coros celestiales. ¡Por fin!
Sin embargo, al acercarme, algo empañó mi victoria: Alfredo había dejado, como siempre, los restos de comida en el fregadero.
“Es que me da asco” - solía decir el tío,
con sus huevazos.
Y entonces le expliqué a Alfredo lo del último plato:
Cuando acabas de fregar todo: platos, cubiertos, sartenes…, tienes que considerar el fregadero como el último plato. Recoger los restos de comida, pasar la bayeta por el fregadero,y dejarlo todo ordenado.
Todo eso es un plato más. El último.
Además, da hasta cierta satisfacción proclamarlo en voz alta: “El último plato”. Dilo mientras escurras la bayeta, a lo mindfulness, verás qué bien sienta.
Lo guay de esto es que se puede aplicar a muchas otras situaciones:
(además de para impresionar a mis padres; los pobres lo estarán leyendo ahora y se preguntarán por qué me esperé a independizarme para aprender esto del último plato)
Puedes probarlo mañana, cuando acabes en el laboratorio, guardes las muestras en el -80C y coloques las pipetas. Susurras para el cuello de tu bata “el último plato”, y le pones toda tu atención al proceso de dejarlo todo ordenado.
O al cerrar la puerta del despacho, en vez de irte directamente sin decir nada a nadie, acuérdate:
“Venga, el último plato”
y haces el esfuerzo de despedirte personalmente de cada compi.
“¡Hasta mañana, no trabajes mucho!”
O después de esa entrevista de trabajo… o de tomarte un café informativo con alguien que ya tiene el empleo que quieres…Recuerda “el último plato” y envía a esa persona una nota de agradecimiento.
Funciona estupendamente como regla nemotécnica. Como un conjuro de Harry Potter, pero pronunciable:
Decir “el último plato” nos ayuda a parar un segundo e identificar qué último detallito nos falta para dejar bordado nuestro trabajo.
Así que…
¿Qué “último plato” te queda por fregar? :)
Abrazo y feliz finde!
Nando
Ps: Aún nos quedan unos cuantos platos que fregar para la operación “Aventura en un Islote Sueco”, pero ya casi vemos la luz al final del túnel. En breve te cuento lo que hemos estado planeando. Por ahora te dejo el grandioso momento en el que le dije a Mårten
“Posa natural, que hago captura de pantalla”
Biotapas









We found that scientists posting self-portraits (“selfies”) to Instagram from the science lab/field were perceived as significantly warmer and more trustworthy, and no less competent, than scientists posting photos of only their work.




